Cuando el Imperio romano se derrumbó hacia el siglo V d.C., los reinos reconocidos como celtas surgieron en las partes romanizadas de Britania. A la vez, los germanos invasores se asentaron en la zona oriental de Britania. Mientras, los invasores gaélicos de Irlanda se asentaron en el oeste de Escocia. Simultáneamente los britanos del suroeste de Inglaterra se asentaron en Bretaña.
El cristianismo había llegado a Britania en tiempos del dominio romano. En el siglo V, Irlanda fue convertida por San Patricio y otros misioneros. Después, el cristianismo se estableció en Escocia, principalmente a través de la fundación de Iona por San Columba. Por lo tanto, la fe cristiana fue llevada a las tribus británicas del noroeste escocés, cuyos miembros eran conocidos como pictos, y a los británicos de Northumbria. La cultura del mundo celta experimentó un gran florecimiento en los siglos VII y VIII, en el cual la Iglesia jugó un papel central patrocinando las artes, la escultura y la ilustración de manuscritos. La literatura vernácula también fue cultivada de forma más extensa que en otros lugares de Europa. Los eruditos celtas destacaban como misioneros y profesores en el continente.
Las zonas celtas de las islas Británicas sufrieron ataques de los pueblos escandinavos durante los siglos IX y X, y admitieron a los que se instalaron. Los reyes gaélicos de los escoceses surgieron como señores de las tierras de los pictos y dominaron a los británicos que permanecían en el suroeste escocés y a los ingleses en el sureste. La frontera galesa-inglesa se estabilizó, mientras Cornualles perdió su independencia política. En Irlanda, se realizó un proceso similar para crear una monarquía nacional. Habían surgido las cuatro naciones actuales: tres celtas y una germánica.
La conquista normanda de Inglaterra en el 1066 llevó a la de Gales y hacia el siglo XII a la de Irlanda y Escocia. Como resultado, la lengua y la cultura céltica dejaron de ser usadas en los círculos jurídicos, y gradualmente se convirtieron en lenguas de uso popular. Un proceso similar tuvo lugar en Bretaña. El clima social que se había desarrollado en lo que actualmente son Gran Bretaña y Francia había dado oportunidad para que los elementos celtas mejoraran, pero se frustraban por la intolerancia cultural o religiosa. Los resultados de esta ambivalencia quizá se vean en la contribución celta a la vida y cultura británica, en manifestaciones del folclore celta, en el florecimiento de las comunidades celtas emigradas y en las sociedades de ultramar.