Glastonbury, situado en el condado de Somerset, en el sur de Inglaterra, es un paraje mágico. Es curioso cómo se yergue al cielo la ruina más famosa del reino insular, la torre de una antigua iglesia, perdurable testimonio de la belleza de la abadía que se hallaba en ese lugar. La ciudad y el paisaje están impregnados de leyendas paganas, mitos celtas y también de tradiciones cristiana. Antiguamente, Glastonbury era un archipiélago plantado en la marisma. ¿Envolvían las nieblas de Avalon el país del rey Arturo? ¿Se hallaba aquí el ultramundo de los celtas, antes de que en la Edad Media los monjes de la abadía drenaran el terreno pantanoso? Glastonbury es el centro mítico de Inglaterra. Los hombres del Paleolítico adoraban aquí, sobre suelo sagrado, a una diosa cósmica, una figura de madre fértil y temible que encarna la esencia femenina: Ánima, como la llamó el psicoanalista Carl Gustav Jung. Más tarde, los celtas dieron a las colinas de Glastonbury el nombre de Yns Avallach -la isla de las manzanas- o también Avalon.
LA ACADEMIA DE LOS DRUIDAS
Entre los restos de los asentamientos de la Edad de Hierro, los arqueólogos han encontrado botes con los que los habitantes alcanzaban sus moradas en el terreno rodeado de agua. El pueblo celta, para el que Avalon era el ultramundo, fundó en este lugar una academia para druidas. Aquí se revelaban a los elegidos los secretos de los druidas y de aquí proceden los santos y seres fabulosos, espíritus y magos como Merlín y el hada Morgana, la hermana del legendario rey Arturo. Su reino fue también el mundo de los celtas, que daban más crédito a las leyendas que a la realidad. Así que no es de extrañar que hasta en nuestros días haya personas que hablen de un experimento del mago Merlín, quien pretendió en su tiempo unir a los supervivientes de la tragedia de la Atlántida a la nueva etnia de los celtas. Se trataba de abrir una nueva vía a la corriente de la sabiduría arcaica.
Entre los restos de los asentamientos de la Edad de Hierro, los arqueólogos han encontrado botes con los que los habitantes alcanzaban sus moradas en el terreno rodeado de agua. El pueblo celta, para el que Avalon era el ultramundo, fundó en este lugar una academia para druidas. Aquí se revelaban a los elegidos los secretos de los druidas y de aquí proceden los santos y seres fabulosos, espíritus y magos como Merlín y el hada Morgana, la hermana del legendario rey Arturo. Su reino fue también el mundo de los celtas, que daban más crédito a las leyendas que a la realidad. Así que no es de extrañar que hasta en nuestros días haya personas que hablen de un experimento del mago Merlín, quien pretendió en su tiempo unir a los supervivientes de la tragedia de la Atlántida a la nueva etnia de los celtas. Se trataba de abrir una nueva vía a la corriente de la sabiduría arcaica.
JOSÉ DE ARIMATEA
Dicen que José de Arimatea vino a Avalon después de bajar, en Jerusalén, el cadáver de Jesucristo de la cruz y sepultarlo en una cueva. Cuenta la leyenda que este ex miembro del Gran Consejo judío y apóstol secreto de Jesús, nada más llegar al nebuloso reino insular, hincó en la tierra su cayado, que de inmediato empezó a echar raíces. Así se convirtió en un zarzal que floreció durante siglos, por Navidad, entre las ruinas de la vieja abadía.
El santo varón de Arimatea, según un rumor extendido, llevó consigo en su viaje al gélido norte el cáliz del que bebió Jesús en la última cena con sus apóstoles y en el que al parecer se recogió la sangre del crucificado. José colocó el vaso al pie de la Tor de Glastonbury (en lengua celta, Twr Avallach; tor significa colina, tierra), una colina de 200 metros de altitud, y finalmente lo enterró, tras lo cual brotó la llamada «blood spring» o fuente de sangre, que se puede ver en la actualidad. Dicen que fue aquí donde tomó tierra cuando vino en barco desde Judea. La historia que rodea la Tor de Glastonbury se parece notablemente a una leyenda sobre la transfiguración de Jesucristo en el monte Tabor, en la patria de los viajeros piadosos.
Dicen que José de Arimatea vino a Avalon después de bajar, en Jerusalén, el cadáver de Jesucristo de la cruz y sepultarlo en una cueva. Cuenta la leyenda que este ex miembro del Gran Consejo judío y apóstol secreto de Jesús, nada más llegar al nebuloso reino insular, hincó en la tierra su cayado, que de inmediato empezó a echar raíces. Así se convirtió en un zarzal que floreció durante siglos, por Navidad, entre las ruinas de la vieja abadía.
El santo varón de Arimatea, según un rumor extendido, llevó consigo en su viaje al gélido norte el cáliz del que bebió Jesús en la última cena con sus apóstoles y en el que al parecer se recogió la sangre del crucificado. José colocó el vaso al pie de la Tor de Glastonbury (en lengua celta, Twr Avallach; tor significa colina, tierra), una colina de 200 metros de altitud, y finalmente lo enterró, tras lo cual brotó la llamada «blood spring» o fuente de sangre, que se puede ver en la actualidad. Dicen que fue aquí donde tomó tierra cuando vino en barco desde Judea. La historia que rodea la Tor de Glastonbury se parece notablemente a una leyenda sobre la transfiguración de Jesucristo en el monte Tabor, en la patria de los viajeros piadosos.
SÍMBOLO DE LA SERPIENTE PLANETARIA
Para los celtas, la Tor era la entrada al ultramundo. Hasta en nuestros días se puede recorrer el camino de los peregrinos que asciende en espiral alrededor de la colina hasta la torre en ruinas. Se dice que lo abrieron hace unos 2500 años, cuando los celtas llegaron a Britania. Este camino serpenteante simboliza a la serpiente planetaria y posee una armonía y fuerza intrínsecas que las personas sensibles perciben hasta el punto de poder caer en un estado similar al del trance. Dicen que quien sea capaz de sintonizar las vibraciones de la tierra (Twr) con la conciencia cósmica del camino en espiral, encontrará la llave de la puerta al ultramundo. Ciertos zahoríes pretenden haber constatado en sus estudios geománticos el efecto de enormes fuerzas telúricas. De acuerdo con antiguas tradiciones, la Tor de Glastonbury no sólo se halla sobre la principal línea de fuerza de Inglaterra -junto con el monte Saint-Michel en Cornualles, Stonehenge y Avebury-, sino también sobre una línea de fuerza que se extiende como un ocho tumbado (lemiscata), el símbolo del infinito, alrededor del planeta.
Para los celtas, la Tor era la entrada al ultramundo. Hasta en nuestros días se puede recorrer el camino de los peregrinos que asciende en espiral alrededor de la colina hasta la torre en ruinas. Se dice que lo abrieron hace unos 2500 años, cuando los celtas llegaron a Britania. Este camino serpenteante simboliza a la serpiente planetaria y posee una armonía y fuerza intrínsecas que las personas sensibles perciben hasta el punto de poder caer en un estado similar al del trance. Dicen que quien sea capaz de sintonizar las vibraciones de la tierra (Twr) con la conciencia cósmica del camino en espiral, encontrará la llave de la puerta al ultramundo. Ciertos zahoríes pretenden haber constatado en sus estudios geománticos el efecto de enormes fuerzas telúricas. De acuerdo con antiguas tradiciones, la Tor de Glastonbury no sólo se halla sobre la principal línea de fuerza de Inglaterra -junto con el monte Saint-Michel en Cornualles, Stonehenge y Avebury-, sino también sobre una línea de fuerza que se extiende como un ocho tumbado (lemiscata), el símbolo del infinito, alrededor del planeta.
¿ESTUVO JESÚS EN INGLATERRA?
Se sabe que José de Arimatea puso finalmente la primera piedra de la primera iglesia cristiana: la Vetusta Ecclesia, la iglesia más antigua del reino insular de la que habla la leyenda. Muchos habitantes de Glastonbury siguen estando convencidos actualmente de que en su tiempo estuvo como comerciante de estaño, junto con su sobrino adolescente, Jesús, en este brumoso páramo de Glastonbury para aprender en la academia druida la sabiduría celta por boca de los sacerdotes.
Se sabe que José de Arimatea puso finalmente la primera piedra de la primera iglesia cristiana: la Vetusta Ecclesia, la iglesia más antigua del reino insular de la que habla la leyenda. Muchos habitantes de Glastonbury siguen estando convencidos actualmente de que en su tiempo estuvo como comerciante de estaño, junto con su sobrino adolescente, Jesús, en este brumoso páramo de Glastonbury para aprender en la academia druida la sabiduría celta por boca de los sacerdotes.
LA TUMBA DEL REY ARTURO
Otra leyenda cuenta que el rey Arturo, cuya realidad histórica no se ha logrado demostrar, se reunió en Glastonbury con sus caballeros de la Tabla Redonda alrededor del Grial desenterrado. En torno a este centro sagrado del reino, los primeros cristianos construyeron una pequeña iglesia, y en el transcurso de los siglos surgió en su lugar la abadía benedictina que posteriormente fue destruida en el año 1184 por un incendio. Durante el año 1191, los monjes desahuciados se pusieron a buscar, por indicación de Enrique II, la tumba de Arturo. Con ello se pretendía dar una lección a los galeses rebeldes que se habían unido en la creencia de que Arturo no había muerto y volvería a Avalon para liberar al País de Gales.
Ante esta amenaza, pronto aparecieron como por ensalmo los esqueletos de un hombre muy alto y una mujer con el cabello visiblemente rubio. Cuenta la leyenda que el rey Arturo rechazó la advertencia de su mago Merlín y se casó con la rubia Ginebra, quien se enamoró de Lanzarote, el amigo del rey, y fue infiel a su marido. Cuando Lanzarote se acercó después al Santo Grial, un golpe de viento lo tiró al suelo. Arturo se reconcilió con su esposa, que gracias a la intervención de Lanzarote se salvó de la muerte en la hoguera. Después de la muerte de Arturo, los amantes volvieron a verse una vez más, pero se separaron de nuevo de inmediato para expiar desde entonces su comportamiento. Ginebra se hizo monja, Lanzarote ermitaño. De acuerdo con la leyenda, tras su muerte la rubia Ginebra fue sepultada, en castigo por su adulterio con el caballero Lanzarote, a los pies de Arturo.
Otra leyenda cuenta que el rey Arturo, cuya realidad histórica no se ha logrado demostrar, se reunió en Glastonbury con sus caballeros de la Tabla Redonda alrededor del Grial desenterrado. En torno a este centro sagrado del reino, los primeros cristianos construyeron una pequeña iglesia, y en el transcurso de los siglos surgió en su lugar la abadía benedictina que posteriormente fue destruida en el año 1184 por un incendio. Durante el año 1191, los monjes desahuciados se pusieron a buscar, por indicación de Enrique II, la tumba de Arturo. Con ello se pretendía dar una lección a los galeses rebeldes que se habían unido en la creencia de que Arturo no había muerto y volvería a Avalon para liberar al País de Gales.
Ante esta amenaza, pronto aparecieron como por ensalmo los esqueletos de un hombre muy alto y una mujer con el cabello visiblemente rubio. Cuenta la leyenda que el rey Arturo rechazó la advertencia de su mago Merlín y se casó con la rubia Ginebra, quien se enamoró de Lanzarote, el amigo del rey, y fue infiel a su marido. Cuando Lanzarote se acercó después al Santo Grial, un golpe de viento lo tiró al suelo. Arturo se reconcilió con su esposa, que gracias a la intervención de Lanzarote se salvó de la muerte en la hoguera. Después de la muerte de Arturo, los amantes volvieron a verse una vez más, pero se separaron de nuevo de inmediato para expiar desde entonces su comportamiento. Ginebra se hizo monja, Lanzarote ermitaño. De acuerdo con la leyenda, tras su muerte la rubia Ginebra fue sepultada, en castigo por su adulterio con el caballero Lanzarote, a los pies de Arturo.
Se dice que no resultó difícil de identificar la tumba del rey Arturo y de su esposa gracias a una cruz de plomo con la siguiente inscripción latina: «Hic iacet sepultus inclytus rex arturius in insula avalonia» («aquí yace el famoso rey Arturo enterrado en la isla de Avalon»). En esta ocasión también redescubrieron la tumba de José de Arimatea. Ambos lugares de reposo se convirtieron pronto en una gran atracción para los peregrinos y generaron para los monjes los fondos necesarios para reconstruir la abadía.
La imponente construcción resistió en los años posteriores a los embates daneses y sajones, pero no pudo contra el dominio de Enrique VIII, quien se autonombró jefe supremo de la Iglesia anglicana. El rey decretó en 1538 la disolución de todo el patrimonio de la Iglesia romana en el país y sus soldados saquearon el monasterio de Glastonbury. El último abad fue ahorcado públicamente, y los libros de la grandiosa biblioteca se emplearon para rellenar los baches de las carreteras. Los edificios caídos sirvieron de cantera a los campesinos de la zona para construirse sus propias casas. Hoy en día, un sencillo letrero en el parque de la abadía señala la tumba de Arturo, en el mismo lugar en que antaño se hallaba el gran altar.
La imponente construcción resistió en los años posteriores a los embates daneses y sajones, pero no pudo contra el dominio de Enrique VIII, quien se autonombró jefe supremo de la Iglesia anglicana. El rey decretó en 1538 la disolución de todo el patrimonio de la Iglesia romana en el país y sus soldados saquearon el monasterio de Glastonbury. El último abad fue ahorcado públicamente, y los libros de la grandiosa biblioteca se emplearon para rellenar los baches de las carreteras. Los edificios caídos sirvieron de cantera a los campesinos de la zona para construirse sus propias casas. Hoy en día, un sencillo letrero en el parque de la abadía señala la tumba de Arturo, en el mismo lugar en que antaño se hallaba el gran altar.
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