Una conocida leyenda nos habla de un joven que solía apacentar su ganado junto a un pequeño lago próximo a las Montañas Negras de Gales.
Un día vio a una encantadora criatura que remaba despacio de un lado a otro, en una barca dorada, en la superficie del lago.
Al punto se enamoró perdidamente de ella y le ofreció el pan que había traído consigo para su comida del medio día.
Respondióle ella que el pan estaba demasiado duro y desapareció en el abismo.
Al día siguiente, la madre del joven, le dio para que se la llevara consigo, una masa sin cocer y él se la ofreció al hada, pero ella le contestó que estaba demasiado blanda y desapareció de nuevo.
Al tercer día, su madre le entregó pan ligeramente cocido y ya este lo aceptó.
Surgieron del lago tres figuras: un viejo con una preciosa hija a cada lado.
Las muchachas eran idénticas y el padre le dijo al joven granjero que estaba dispuesto a ofrecerle a su hija, de la que estaba enamorado, si era capaz de reconocerla.
A punto estaba el granjero de renunciar a ella, desesperado, cuando una adelantó levemente un pie y entonces, al reconocer su chinela, obtuvo su mano.
Al hada del lago le otorgaron una magnífica dote y así vivieron juntos felizmente.
Ahora bien, al joven granjero le habían advertido que perdería a su bella esposa si llegase a golpearla tres veces sin motivo.
Y ocurrió que, aun cuando eran, sin duda dulcemente felices, estas hadas se comportan a veces de una manera extraña, lo mismo podían llorar en una boda que reírse y cantar en el entierro de un niño, lo que acababa por dar lugar a que su amante esposo la reprendiese tres veces, más bien, con una amorosa palmada que con un golpe, pero esto bastó para que se viese forzada a abandonarle.
No obstante, no se olvidaba de sus hijos y les enseñaba muchos secretos de la medicina para que pudieran llegar a ser médicos afamados.
© Morgana Barcelona