Cuenta la leyenda que…
Hace muchos años, la peste asoló todas las orillas de dos mares y durante meses nadie supo cómo detenerla. Morían las personas a cientos y los médicos se veían incapaces de frenar su avance.
Aunque pocos conocían el lugar exacto, la «bruja» más sabia de la comarca vivía en un viejo molino, en un lugar perdido en medio de uno de los lugares más frondosos de la montaña más inaccesible y hasta allí acudió una joven madre, guiada por su desesperación, con su bebe de pocos meses infectado por al enfermedad.
Cuando llegó a la vieja construcción de piedra la puerta estaba abierta. Dentro, una mujer sin edad rodeada por una extraña luz que partía de algún ángulo de ese espacio… parecia estar aguardándola y cogió en sus brazos al niño, que ella le entregó sin mediar palabra.
Nada había que decir que la «bruja» no supiera.
Bajaron juntas el camino hacia la playa. La «bruja» le indicó a la angustiada madre que recogiera las cosas que ella le iría reclamando a lo largo del trayecto. Y así lo hicieron.
A un soldado le pidió que cortara con su espada una rama pequeña de roble y se la entregara. A otro, una bolsa de cuero llena de pólvora. Al último una antorcha prendida.
Seguida siempre por la mujer y con el bebe en brazos, la «bruja» alcanzó el arenal. Entonces dió a la madre las indicaciones oportunas: Debía construir un círculo con piedras y cubrirlas con la pólvora.
Mientras tanto ella, de pie, en medio del círculo que la mujer iba construyendo, sostenía con una mano al niño que agonizaba apretado contra su pecho y en la otra la rama de roble. Con la mirada atenta vigilaba el camino del Norte. Sabía que por ese camino tenía que llegar la muerte para llevarse al niño. Cuando el círculo estuvo terminado, la «bruja» pidió a la mujer que le acercara la antorcha y que corriera a esconderse detrás de unas rocas.
La «bruja» arrimó la antorcha al punto del Sur. La pólvora prendió y un círculo de fuego la rodeo a ella y al pequeño que apenas respiraba. Sin dejar de mirar hacia hacia el Norte, levantó la rama de roble y apuntó con ella hacia el lugar por donde esperaba ver aparecer a la muerte
No tuvo que esperar mucho. La muerte acudió en busca de su presa a los pocos minutos. Reclamó a la «bruja» que se lo entregara. La «bruja» la miró, sonrió y se negó. Sabía que si pasaba la hora, si el plazo de entrega vencía, la muerte no podría llevarse a esa criatura.
Dicen que la muerte no puede atravesar el fuego de un círculo y que la rama de roble usada como arma defensiva, paraliza su fuerza.
El tiempo trascurría muy deprisa para una y muy despacio para la otra, mientras ambas seguían enzarzadas en un desafío de palabras, amenazas y retos. De pronto, la muerte interrumpió su tono agresivo, bajó la voz y casi susurrando preguntó: «¿Por qué eres tan hermosa?».
La «bruja» no tardó ni un segundo en responder: “Porque en cada amanecer del solsticio de verano, voy a la fuente para mojar mi rostro con la flor de agua- y casi sin pausa añadió- Puedo enseñarte como hacerlo”.
La muerte seguía con la mirada fija en la «bruja».
Ella respiro hondo y dijo resuelta: “Podriamos hacer un trato. No me esta permitido, pero si tú no te llevas a nadie hasta el día del solsticio, te enseñaré como debes recoger la flor de agua para ser hermosa”.
Desde siempre, la muerte ha querido ser amada, deseada, respetada y aceptada como la «bruja». Y hermosa como ella.Y aceptó. Después determinaron el lugar donde se encontrarían un poco antes de amanecer del día del solsticio de verano.
La peste desapareció. Durante el tiempo convenido nadie mas enfermó ni murió. Y el día del solsticio la «bruja» acudió a su cita como había prometido. Desde lejos ya vió que la muerte se le había adelantado y paseaba inquieta de un lado a otro frente a la fuente. Al llegar a su altura la inquietud se volvió impaciencia. Antes de que pudiera preguntar nada, la «bruja» se arrimó a la pileta de la fuente.
Hace muchos años, la peste asoló todas las orillas de dos mares y durante meses nadie supo cómo detenerla. Morían las personas a cientos y los médicos se veían incapaces de frenar su avance.
Aunque pocos conocían el lugar exacto, la «bruja» más sabia de la comarca vivía en un viejo molino, en un lugar perdido en medio de uno de los lugares más frondosos de la montaña más inaccesible y hasta allí acudió una joven madre, guiada por su desesperación, con su bebe de pocos meses infectado por al enfermedad.
Cuando llegó a la vieja construcción de piedra la puerta estaba abierta. Dentro, una mujer sin edad rodeada por una extraña luz que partía de algún ángulo de ese espacio… parecia estar aguardándola y cogió en sus brazos al niño, que ella le entregó sin mediar palabra.
Nada había que decir que la «bruja» no supiera.
Bajaron juntas el camino hacia la playa. La «bruja» le indicó a la angustiada madre que recogiera las cosas que ella le iría reclamando a lo largo del trayecto. Y así lo hicieron.
A un soldado le pidió que cortara con su espada una rama pequeña de roble y se la entregara. A otro, una bolsa de cuero llena de pólvora. Al último una antorcha prendida.
Seguida siempre por la mujer y con el bebe en brazos, la «bruja» alcanzó el arenal. Entonces dió a la madre las indicaciones oportunas: Debía construir un círculo con piedras y cubrirlas con la pólvora.
Mientras tanto ella, de pie, en medio del círculo que la mujer iba construyendo, sostenía con una mano al niño que agonizaba apretado contra su pecho y en la otra la rama de roble. Con la mirada atenta vigilaba el camino del Norte. Sabía que por ese camino tenía que llegar la muerte para llevarse al niño. Cuando el círculo estuvo terminado, la «bruja» pidió a la mujer que le acercara la antorcha y que corriera a esconderse detrás de unas rocas.
La «bruja» arrimó la antorcha al punto del Sur. La pólvora prendió y un círculo de fuego la rodeo a ella y al pequeño que apenas respiraba. Sin dejar de mirar hacia hacia el Norte, levantó la rama de roble y apuntó con ella hacia el lugar por donde esperaba ver aparecer a la muerte
No tuvo que esperar mucho. La muerte acudió en busca de su presa a los pocos minutos. Reclamó a la «bruja» que se lo entregara. La «bruja» la miró, sonrió y se negó. Sabía que si pasaba la hora, si el plazo de entrega vencía, la muerte no podría llevarse a esa criatura.
Dicen que la muerte no puede atravesar el fuego de un círculo y que la rama de roble usada como arma defensiva, paraliza su fuerza.
El tiempo trascurría muy deprisa para una y muy despacio para la otra, mientras ambas seguían enzarzadas en un desafío de palabras, amenazas y retos. De pronto, la muerte interrumpió su tono agresivo, bajó la voz y casi susurrando preguntó: «¿Por qué eres tan hermosa?».
La «bruja» no tardó ni un segundo en responder: “Porque en cada amanecer del solsticio de verano, voy a la fuente para mojar mi rostro con la flor de agua- y casi sin pausa añadió- Puedo enseñarte como hacerlo”.
La muerte seguía con la mirada fija en la «bruja».
Ella respiro hondo y dijo resuelta: “Podriamos hacer un trato. No me esta permitido, pero si tú no te llevas a nadie hasta el día del solsticio, te enseñaré como debes recoger la flor de agua para ser hermosa”.
Desde siempre, la muerte ha querido ser amada, deseada, respetada y aceptada como la «bruja». Y hermosa como ella.Y aceptó. Después determinaron el lugar donde se encontrarían un poco antes de amanecer del día del solsticio de verano.
La peste desapareció. Durante el tiempo convenido nadie mas enfermó ni murió. Y el día del solsticio la «bruja» acudió a su cita como había prometido. Desde lejos ya vió que la muerte se le había adelantado y paseaba inquieta de un lado a otro frente a la fuente. Al llegar a su altura la inquietud se volvió impaciencia. Antes de que pudiera preguntar nada, la «bruja» se arrimó a la pileta de la fuente.
“La Flor de agua es –explicó mientras levantaba la vista vigilando el cielo- el primer rayo de sol que se refleja en el agua. Has de ser muy rápida. Cuando nace, tienes que recogerla entre las manos y levantarla sin dudar hacia tu cara».
Se colocaron una junto a la otra apenas separadas por unos centímetros.
El sol apuntó en el horizonte y sus primeros rayos alcanzaron la superficie del estanque y se reflejaron en él como en un espejo mágico.
La «bruja» sostuvo entre las palmas de sus manos la flor del agua y la levanto rociándose la cara con ella. Su rostro se iluminó intensamente y la piel adquirió la textura y la suavidad de una concha de nácar.
La muerte a su lado intentaba una y otra vez hacer lo mismo, pero fue imposible. Por mas que lo intentó, no pudo recoger la luz entre sus oscuras manos. La muerte no pudo apresar la flor de agua, porque la flor de agua es luz y la muerte es sombra y oscuridad.
No tenia nada que reclamar. La «bruja» había cumplido su parte del trato.
Se colocaron una junto a la otra apenas separadas por unos centímetros.
El sol apuntó en el horizonte y sus primeros rayos alcanzaron la superficie del estanque y se reflejaron en él como en un espejo mágico.
La «bruja» sostuvo entre las palmas de sus manos la flor del agua y la levanto rociándose la cara con ella. Su rostro se iluminó intensamente y la piel adquirió la textura y la suavidad de una concha de nácar.
La muerte a su lado intentaba una y otra vez hacer lo mismo, pero fue imposible. Por mas que lo intentó, no pudo recoger la luz entre sus oscuras manos. La muerte no pudo apresar la flor de agua, porque la flor de agua es luz y la muerte es sombra y oscuridad.
No tenia nada que reclamar. La «bruja» había cumplido su parte del trato.
© Morgana Barcelona