«Escucha mi voz, porque tres veces llamo a tus puertas.
Te llamo, desde las profundidades de esta Tierra sabiendo que tú no duermes, sino que aguardas.
En tranquila vigilancia a que el Señor del Tiempo vuelva a la hora señalada en la que la cola de la serpiente encuentra su cabeza.
Siempre en guardia, siempre pacientes con nuestras mentes vacilantes aguardáis.
Vosotros, a los que nosotros en nuestra ceguera hemos rechazado, aunque algunos os conocemos por otros nombres. Los niños juegan malamente con los juguetes del cielo, golpeándolos y destrozándolos.
Con tedio en el vano intento de encontrar todo lo que a primera vista es nuevo y brillante.
Pero lentamente como el brillo se gasta, ellos se mueven hacia nuevos campos, y dioses más brillantes se convierten en sus juguetes hasta que, cuando se quedan sin brillo, ya no divierten.
Pero, oh grandes Dioses, seguramente el tiempo ha considerado que todos tienen que dejar los caminos de la infancia, o desplazarse hacia otras guarderías cósmicas.
Todos los inexpertos han de volar del nido doblando así sus alas, juntos en esa gran migración hacia las estrellas que se prepara cuando el invierno cósmico indique las líneas de las futuras glaciaciones.
Llévame contigo, si mis alas jóvenes sienten el cansancio del camino, hacia otras partes más bonitas. Y si mis lágrimas por tu rechazo llevan una parte de la culpa de la Tierra, sea. El niño que rompe el juguete no es más que un niño, perdónale, y reconoce el amor y la adoración de este siervo tuyo que ha dejado su guardería mundana por la Verdad de tu Estado.
Venid, venid, venid, oh Espíritus de las Estrellas que estuvieron antes del tiempo del hombre.
Cuyos nombres han elevado los nobles esfuerzos de la vida.
Y han llevado la deshonra a través de aquellos que en su juventud cósmica han desoído tus Principios.
Venid, venid otra vez, y dadnos una nueva oportunidad.»
Autor: Murry Hope
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